La melancolía llegó entonces
a su término. Por una reacción natural cuando se ha agotado una situación,
ocurrióme de pronto que la melancolía es la cosa más alegre del mundo para los
que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión…
-¡Fuera! –exclamé-, ¡fuera!
–como si estuviera viendo representar a un actor español-. ¡Fuera! –como si
oyese hablar a un orador en las Cortes. Y arrojéme a la calle; pero en realidad
con la misma calma y despacio como si se tratase de cortar la retirada a Gómez.
(…)
-¿Qué monumento es éste?
–exclamé al comenzar mi paseo por el vasto cementerio.
¿Es el mismo un esqueleto
inmenso de los siglos pasados, o la tumba de otros esqueletos? ¡Palacio!...
En el frontispicio decía:
“Aquí yace el trono…”.
-¿Y este mausoleo a la
izquierda? La armería. Leamos:
“Aquí yace el valor
castellano, con todos sus pertrechos. R.I.P.”
Los ministerios. “Aquí yace
media España: murió de la otra media”…
¿Qué es esto? ¡La cárcel!
“Aquí reposa la libertad del pensamiento”. ¡Dios mío, en España, en el país ya
educado para instituciones libres! Con todo, me acordé de aquel célebre
epitafio y añadí, involuntariamente:
Aquí
el pensamiento reposa
en
su vida hizo otra cosa.
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