El siglo XVIII puede resumirse como una historia de crepúsculos, una historia atrapada entre dos finales o dos mundos. Un mundo viejo, recogido en sí mismo, consumiéndose en vacíos remolinos, recluido en los espacios velados y oscuros de las capillas y en los grandiosos palacios de los reyes. Otro nuevo, un mundo de ideas morales y grandes principios sobre el que se avecina la Revolución francesa con su ala de terror, su explosión universal y sus ejércitos jacobinos. Saint Just hace ejecutar a Luis XVI, pero cuando exclama "determinar el principio en virtud del cual quizá vaya a morir el acusado, es determinar el principio de que vive la sociedad que lo juzga", demuestra que son los filósofos los que van a matar al monarca y que Luis XVI debe morir en nombre del contrato social.
Fernando García de Cortázar, Los perdedores de la Historia de España,
Barcelona, Círculo de Lectores, 2006, páginas 241 y 242.
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