martes, 28 de febrero de 2017

BISMARCK (II)

Supo reconciliarse con Austria para evitar un enemigo demasiado vecino, y para unir de alguna manera a todos los alemanes; y Francisco José aceptó complacido la propuesta: la alianza germanoaustríaca -dos imperios de raíz germánica al fin y al cabo- se mantendría hasta terminada la primera guerra mundial, y sería la garantía más sólida del equilibrio en el  corazón de Europa. Cuando Francia -ya la Francia de la Tercera República- tentó la alianza con Rusia, Bismarck tuvo la habilidad suficiente para atraerse a Alejandro II a una causa todavía todavía más sugestiva: la Liga de los Tres Emperadores, los únicos que quedaban en Europa, y que, unidos, serían un poder incontestable. De momento, no se podía concebir un entendimiento entre Francia e Inglaterra, enemistadas por sus respectivas políticas coloniales. Bismarck supo mantener la simpatía de los británicos sobre la base de renunciar a las ambiciones ultramarinas, tentación entonces de todas las potencias europeas. Inglaterra dueña de los océanos, Alemania primera potencia continental: era una buena ecuación, que tal vez Napoleón no había sido capaz de entender. (Por su parte, los ingleses se sintieron felices pudiendo desentenderse de las cuestiones continentales, en su splendid isolation para continuar sin estorbo su expansión ultramarina). Cuando los empresarios alemanes instaron a una política activa de Alemania fuera del continente, Bismarck contestó con otra de sus frases célebres: "tengo a Rusia a un lado, a Francia al otro: esa es mi política africana". El aislamiento de Francia y la concesión del océano a Gran Bretaña garantizaron la paz hasta 1890. Es absolutamente imposible "predecir" qué hubiera pasado en el mundo si la concepción bismarckiana se hubiera mantenido por más tiempo. En historia solo funcionan las fáciles "profecías del pasado".

José Luis Comellas, Páginas de la Historia, Madrid, Rialp, 2009, páginas 296 y 297.

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